jueves, 23 de agosto de 2018

Nuestro alma, nuestra vida.

Cuando nos invade la tristeza, el alma entristece y con ello se disipan muchas de nuestras ilusiones, de nuestros deseos, de nuestras ganas de luchar por ser felices. 


Pero no es dejar de luchar, si no que comienza otra batalla interna con la que lidiar día a día. Lidiar con nuestros miedos y con los de los demás. Es en este punto de partida cuando nos olvidamos que nuestro alma está presente en nosotros y es lo que da vida a nuestro cuerpo y lo que al final nos hace vivir intensamente la vida y nos guía.


Cuando dejamos de escuchar  a nuestro alma dejamos de ser nosotros mismos. Comenzamos a sentir un vacío que es imposible de llenar por más que nos demos cuenta de que es lo que más necesitamos.


Quizás la vida nos apague el alma en ciertos momentos, pero los culpables de que la llama no vuelva somos nosotros. Nuestro alma nos da señales de atención para reaccionar ante el mayor choque sentimental que puede llegar a desplegarse en nuestro corazón.


No es sino entonces cuando hundidos en las más sinceras lágrimas de arrepentimiento y con el corazón dividido en razón y sentimiento, comenzamos a ser conscientes de que nuestro alma nos pide a gritos vivir en nosotros de nuevo.


Nos pide salir de la prisión donde la hemos dejado encerrada durante el tiempo en que dejamos de ser felices, que es cuando dejamos de escucharla.


Cuando nuestro alma habla, la razón calla y el sentimiento aflora.



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